Uno de los radiotelescopios más populares del mundo es el de Arecibo, situado en Puerto Rico. Famoso por haber aparecido en numerosas películas de cine y series de televisión, el telescopio de Arecibo destaca por su gran tamaño. Su antena principal posee un diámetro de 305 metros y está construida dentro de una depresión. Su antena convergente es la más grande y curvada del mundo, contando con una gran capacidad de recepción de ondas electromagnéticas.
Son varios los descubrimientos científicos significativos del radiotelescopio de Arecibo. El 7 de abril de 1964 el equipo de Gordon H. Pettengill determinó que el período de rotación de Mercurio no era de 88 días, como se creía hasta entonces, sino de tan sólo 59 días. En agosto de 1989 se consiguió realizar por primera vez la foto de un asteroide, el 4769 Castalia. Un año después, el astrónomo polaco Aleksander Wolszczan descubrió el púlsar PSR B1257+12, que posteriormente le ayudaría a encontrar sus dos planetas orbitales. Se trataba de los primeros planetas extra-solares que se descubrían.
Todo el universo observable conocido está integrado en una vasta red cósmica de materia que conecta estructuras físicas ligadas gravitatoriamente como los cúmulos de galaxias separados por inmensos vacíos
Supongamos que nos podemos ir de casa, y alejarnos no un poco, sino más allá de los confines de nuestro sistema solar, mucho más allá. Dejemos atrás el brazo de Orión, esa parte de la estructura en espiral de nuestra galaxia que tenemos más cerca. Seguimos viajando y abandonamos ahora la estructura de miles de millones de estrellas que giran en torno a un punto cercano a Sagitario A*, el monstruoso agujero negro que habita en corazón de la Vía Láctea.
Si nos distanciamos lo suficiente para que toda esa estructura se convierta en un punto, ¿hacia dónde iríamos desde ahí en busca de otras galaxias? ¿Encontraríamos algo igual de cerca independientemente de la dirección en la que viajemos? La respuesta simple es no.
Determinar cuál es la estructura a gran escala del universo es una de las preguntas fundamentales en cosmología. Conocemos por mapas de cielo que, por cierto, cada vez nos resulta más difícil construir por efecto de la contaminación lumínica, que la materia del universo en las escalas más grandes se organiza en intrincados patrones geométricos en forma de telaraña. Sí, he dicho telaraña. No es uniforme ni es aleatoria, tiene forma de red, lo que conocemos como red cósmica.
La materia del Universo en las escalas más grandes se organiza en intrincados patrones geométricos en forma de telaraña, una red cósmica.
Nuestra galaxia, por ejemplo, está ligada gravitatoriamente a una estructura más grande conocida como el Grupo Local que a su vez está inmersa en el Supercúmulo Local, que no es otra cosa que una acumulación de más de cien grupos individuales y cúmulos de galaxias. El universo a gran escala no es homogéneo, tiene estructura, grandes paredes, filamentos, nodos y sobre todo grandes vacíos. La Vía Láctea se encuentra en uno de ellos, el más grande, el conocido como KBC (por las siglas de los astrónomos que lo descubrieron Keenan, Barger y Cowie). KBC se refiere a la vecindad de la Vía Láctea, cuya densidad media de materia es considerablemente menor que la media del universo observable, tiene un diámetro de unos 2.000 millones de años luz e incluso aparece en el Guinness de los récords. Habitamos en ese vacío cuasi-esférico.
Gracias a los grandes mapeados del cielo hemos observado que la materia del cosmos se concentra en patrones geométricos con jerarquía de diferentes estructuras. Por un lado, están las burbujas, en su intersección es donde vemos lo que llamamos las paredes, y en la intersección de las paredes se forman los bordes conocidos como filamentos, con cada estructura descrita bajamos una dimensión. Los filamentos quizás son los más obvios a primera vista, son elongados e interseccionan en los nodos de la red cósmica. Los nodos son los lugares donde se concentra la mayor parte de la materia.
Pero en esta red sobre todo hay huecos, donde casi no hay galaxias, inmensas burbujas vacías. Los vacíos tienen diámetros típicos de entre 30 y 300 millones de años-luz. La mayor parte del volumen cósmico resulta estar vacío.
Es en los sitios donde se cruzan dos o más filamentos grandes, donde la densidad de materia llega a ser tan alta que pueden formarse cúmulos masivos de galaxias, que contienen cientos o miles de galaxias. Los cúmulos de galaxias, que son los objetos gravitatoriamente ligados más grandes y masivos del universo, representan los “nodos” de alta densidad de la red cósmica. A lo largo de los filamentos, que pueden alcanzar longitudes de varios cientos de millones de años-luz, los cúmulos acumulan materia nueva, lo que significa que aún están creciendo, acretando material. La mayoría de las galaxias del universo se encuentran en pequeños grupos, como el Grupo Local, situado en un filamento que conecta el cúmulo de Fornax con el cúmulo de galaxias de Virgo.
En la red cósmica, sobre todo hay inmensas burbujas vacías de entre 30 y 300 millones de años-luz. La mayor parte del volumen cósmico resulta vacío.
El estudio de la red cósmica permite, por ejemplo, entender cómo las galaxias obtienen su masa. La formación de galaxias no es isotrópica, sino que tiene direcciones preferenciales que vienen marcadas por la existencia de estructura en la red cósmica. Si dos galaxias van a fundirse en general no lo van a hacer desde cualquier dirección, sino que la probabilidad es que lo hagan en la dirección de los filamentos de esta red. La red conecta, por tanto, diferentes escalas, la estructura de tamaños de unos 300.000 años-luz con tamaños dos órdenes de magnitud más grandes.
El insoportable peso de la gravedad dado un conjunto de condiciones iniciales se encarga de construir con el tiempo el intrincado patrón geométrico en forma de telaraña en el que está distribuida la materia del universo. Partiendo de unas simples condiciones iniciales, que conocemos gracias a los mapas del fondo cósmico de microondas es posible reproducir, con la simple asistencia de las leyes de la física como crecen estas estructuras cósmicas.
Las semillas ya estaban plantadas en el universo primitivo, esas fluctuaciones aleatorias que presenta el universo en pañales que hemos medido gracias a satélites como COBE o PLANCK. Todo está escrito, parece ser, en esas condiciones iniciales.
La Luna nueva coincide con el pico de actividad máxima de la lluvia de estrellas, que permitirá ver hasta 20 meteoros por hora en cielos despejados la madrugada del sábado y domingo
La noche del 22 de abril, el largo camino de la Tierra alrededor del Sol coincidirá con una densa nube de escombros cósmicos, polvo y rocas que alguna vez formaron parte del cometa C/1861 G1 Thatcher, cuyo viaje a través de los planetas interiores del Sistema Solar ocurre aproximadamente cada 415 años. Cuando estas partículas entran en contacto con la atmósfera terrestre, la resistencia del aire aumenta su temperatura hasta desintegrarse, provocando un destello fugaz que recorre el cielo nocturno en cuestión de segundos: se trata de las Líridas, la lluvia de estrellas más vistosa de la primavera.
A qué hora ver la lluvia de estrellas desde Colombia
Las primeras Líridas aparecen tímidamente en el cielo nocturno a mediados de abril y alcanzan su pico máximo de intensidad una semana después. Este año, el mejor momento para ver la lluvia de estrellas será durante la madrugada del sábado 22 y domingo 23 de abril, cuando será posible observar hasta 20 meteoros por hora en condiciones ideales. A diferencia de las últimas lluvias de estrellas, las Líridas de 2023 coincidirán con la Luna nueva, un escenario inmejorable en busca de cielos oscuros donde disfrutar del espectáculo astronómico.
En Colombia, las primeras Líridas aparecerán al caer la noche y serán más visibles durante la madrugada. El radiante, la región del cielo nocturno donde parecen originarse la mayoría de estrellas fugaces (y la que da nombre a esta lluvia de estrellas), se localiza en la constelación de Lira, en dirección al noreste. Sin embargo, no hace falta fijar la vista en un punto específico ni utilizar instrumento óptico alguno: a unos 47 kilómetros por segundo, las Líridas pueden aparecer en cualquier región de la bóveda celeste y recorrerla fugazmente antes de apagarse. De ahí que para cazar el máximo de meteoros, lo mejor sea encontrar una postura cómoda para levantar la vista sin forzar el cuello, con el campo de visión más amplio posible. Además de la paciencia, la oscuridad juega un papel clave en cualquier lluvia de estrellas. Si la observación tiene lugar desde un sitio libre de contaminación lumínica, preferentemente en un entorno rural, lejos de las grandes ciudades, las posibilidades de captar más estrellas fugaces aumentarán dramáticamente.
Aunque la NASA estima que la actividad máxima de este año no superará los 20 meteoros por hora, las Líridas son célebres por producir ráfagas sin previo aviso conocidas como tormentas de meteoros, que pueden aumentar exponencialmente el número de bólidos durante breves periodos en regiones específicas. Se trata de la lluvia de estrellas más antigua de la que se tiene registro. Mucho antes de que el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli concluyera que las lluvias de estrellas provenían de los restos de polvo cósmico de los cometas en 1866, las Líridas ya eran contempladas con asombro por un sinfín de culturas antiguas. Las crónicas del Zuo Zhuan, el libro chino que data del siglo IV a.C., recogen el relato del rey Zhuang sobre la forma en que “llovieron estrellas” durante la primavera del año 687 antes de nuestra era.
La misión japonesa Hakuto-R, que debía haber aterrizado este martes en la superficie lunar, no se ha puesto por el momento en contacto con el centro de control que la sigue desde la Tierra, con lo que el destino de esta sonda privada es incierto.
La nave lunar, desarrollada por la empresa Ispace, tendría que haber llegado a su destino a las 16:41 GMT, según la cuenta atrás que pudo verse en la retransmisión en directo ofrecida por la compañía japonesa.
Estaba previsto que la señal de la sonda pudiera tardar unos minutos en ser recibida, pero el tiempo pasaba sin noticias del ingenio y la tensión en la sala aumentaba, por lo que la compañía decidió cortar momentáneamente la retransmisión en directo hasta obtener más detalles.
Unos 20 minutos después, Ispace retomó la conexión y un portavoz informó de que habían tenido comunicación con la nave hasta momentos antes del alunizaje pero finalmente esta se perdió. «No podemos concretar el aterrizaje en la superficie lunar», dijo.
El equipo sigue investigando el estado de la misión aunque el mismo portavoz destacó como un éxito que establecieran conexión con la nave en los últimos momentos previos al aterrizaje, sin embargo «ahora perdimos la comunicación», dijo.
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«Nuestros ingenieros siguen investigando y volveremos a informar cuando acabe la investigación» para determinar el estado de Hakuto-R.
«Nunca renunciaremos»
A pesar de las caras serias del equipo y el público que seguían presencialmente el aterrizaje, el portavoz aseguró: «Estamos muy orgullosos porque hemos logrado muchas cosas en esta misión, como haber conseguido datos pocos momentos antes del alunizaje».
«Esto es un gran logro para las dos misiones futuras», declaró, y dio las gracias a todos los empleados que han contribuido a esta misión desde el inicio de la empresa y a sus familias, así como a accionistas clientes y otros implicados. «Seguiremos, nunca renunciaremos».
La empresa japonesa Ispace es la primera firma privada del mundo que había programado aterrizar una nave en la Luna.
La Agencia japonesa de Exploración Aeroespacial (JAXA) envió una misión similar en colaboración con la NASA el pasado noviembre aunque también se perdió comunicación con la misma un día después de su lanzamiento.
La sonda lunar Hakuto-R fue lanzada a bordo de un cohete Falcon 9 de SpaceX desde Cabo Cañaveral (Florida, EE.UU.) el pasado diciembre. Esta, de unos 2,3 metros de altura y 2,6 de largo, porta un pequeño robot de exploración desarrollado por JAXA y por la empresa nipona Tomy, así como un vehículo lunar diseñado por los Emiratos Árabes Unidos.
El centro espacial emiratí Mohammed Bin Rashid también se hizo eco de la incertidumbre y escribió en su cuenta de Twitter que Ispace «anuncia que seguirá investigando en las comunicaciones del aterrizador Hakuto-R».
La nave comenzó a descender desde una altitud de 100 kilómetros sobre la luna alrededor de las 15:40 GMT, y aproximadamente dos horas después estaba previsto el aterrizaje en Atlas, un cráter de 87 kilómetros en el hemisferio norte lunar.
El objetivo de la primera misión Hakuto-R es testar las tecnologías de descenso y maniobrabilidad de sus dispositivos y se considerará exitosa en caso de lograr mantener las comunicaciones y operabilidad de los mismos tras el aterrizaje; habrá que esperar.
Fundada en 2010, Ispace se define como una empresa «global» cuya visión es «expandir el planeta» y «expandir el futuro» a partir de acciones concretas como ofrecer servicios de transporte de alta frecuencia y bajo coste entre la Tierra y la Luna.
La firma cuenta con oficinas en Japón, Luxemburgo y Estados Unidos, y tiene proyectos conjuntos con la NASA y la Agencia Espacial Europea.
Semana difícil para la exploración espacial privada
El destino aún por determinar de esta misión japonesa viene a completar una semana difícil en la exploración espacial.
El pasado 20 de abril el gran cohete Starship de SpaceX, que debía realizar su primer vuelo de prueba integrado, explotó sobre los cielos de Texas (Estados Unidos) minutos después del despegue.
Este lanzador de la empresa de Elon Musk está previsto que algún día lleve astronautas de vuelta a la Luna por primera vez en más de medio siglo.
Los astrónomos que utilizan datos del Observatorio de rayos X Chandra de la NASA y otros telescopios han identificado una nueva amenaza para la vida en planetas como la Tierra.
Se trata una fase durante la cual los rayos X intensos de las estrellas que explotan pueden afectar a los planetas a más de 100 años luz de distancia. Este resultado tiene implicaciones para el estudio de los exoplanetas y su habitabilidad, informa la NASA en un comunicado.
Esta amenaza recién descubierta proviene de la onda expansiva de una supernova que golpea el gas denso que rodea la estrella que explotó, como se muestra en la parte superior derecha de la impresión de nuestro artista.
Cuando ocurre este impacto, puede producir una gran dosis de rayos X que llega a un planeta similar a la Tierra (que se muestra en la parte inferior izquierda, iluminado por su estrella anfitriona fuera de la vista a la derecha) meses o años después de la explosión y puede durar décadas. Una exposición tan intensa puede desencadenar un evento de extinción en el planeta.
Un nuevo estudio que informa sobre esta amenaza se basa en observaciones de rayos X de 31 supernovas y sus secuelas, principalmente del Observatorio de rayos X Chandra de la NASA, las misiones Swift y NuSTAR y XMM-Newton de la ESA, que muestran que los planetas pueden estar sujetos a dosis letales de radiación ubicada a unos 160 años luz de distancia.
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Altera la química atmosférica
Antes de esto, la mayoría de las investigaciones sobre los efectos de las explosiones de supernovas se habían centrado en el peligro de dos períodos: la intensa radiación producida por una supernova en los días y meses posteriores a la explosión, y las partículas energéticas que llegan cientos o miles de años después.
Si un torrente de rayos X barre un planeta cercano, la radiación podría alterar gravemente la química atmosférica del planeta. Para un planeta similar a la Tierra, este proceso podría eliminar una parte significativa del ozono, que en última instancia protege la vida de la peligrosa radiación ultravioleta de su estrella anfitriona. También podría conducir a la desaparición de una amplia gama de organismos, especialmente los marinos en la base de la cadena alimentaria, lo que conduciría a un evento de extinción.
Después de años de exposición letal a los rayos X por la interacción de la supernova y el impacto de la radiación ultravioleta de la estrella anfitriona de un planeta similar a la Tierra, es posible que se produzca una gran cantidad de dióxido de nitrógeno, lo que causa una neblina marrón en la atmósfera. También podría ocurrir un «desverdecimiento» de las masas de tierra debido al daño a las plantas.
Un espacio seguro
Existe una fuerte evidencia, incluida la detección en diferentes lugares del mundo de un tipo de hierro radiactivo, de que hubo supernovas cerca de la Tierra hace entre 2 y 8 millones de años. Los investigadores estiman que estas supernovas estaban entre 65 y 500 años luz de distancia de la Tierra.
Aunque la Tierra y el Sistema Solar se encuentran actualmente en un espacio seguro en términos de posibles explosiones de supernova, muchos otros planetas de la Vía Láctea no lo están. Estos eventos de alta energía reducirían efectivamente las áreas dentro de la galaxia de la Vía Láctea, conocidas como la Zona Galáctica Habitable, donde las condiciones serían propicias para la vida tal como la conocemos.
Debido a que las observaciones de supernovas en rayos X son escasas, particularmente de la variedad que interactúa fuertemente con su entorno, los autores instan a realizar observaciones de seguimiento de las supernovas que interactúan durante meses y años después de la explosión.
El 7 de enero de 1610, Galileo Galilei descubrió los cuatro satélites más grandes de Júpiter, Ío, Europa, Ganímedes y Calisto, un hallazgo que le permitió reforzar la teoría heliocéntrica de Copérnico y cambió el concepto del lugar de la Tierra en el universo. Más de cuatro siglos después, la Agencia Espacial Europea envía este jueves la misión Juice al mayor de los planetas del Sistema Solar y sus lunas para estudiar la posible existencia de entornos habitables, con la esperanza de marcar un hito similar al del reputado astrónomo italiano.
Acrónimo de Jupiter Icy Moons Explorer (Explorador de las Lunas Heladas de Júpiter), Juice emprende este jueves a las 14.15 hora peninsular un viaje de aproximadamente nueve años hacia el sistema joviano, con el objetivo de realizar observaciones detalladas del planeta gaseoso gigante y de tres de sus satélites galileanos, Ganímedes, Calisto y Europa. Estas lunas presentan una capa helada de unos 100 kilómetros, y los investigadores sospechan que albergan un océano de agua líquida en su interior.
Todo sobre JUICE: la misión a las lunas heladas de Júpiter de la ESA
«Si estos océanos existen, es posible encontrar ciertos aspectos relacionados con la vida y la habitabilidad en circunstancias extremas fuera de nuestro entorno más conocido», explica a 20minutosPedro Gutiérrez, investigador del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC), que participa en el proyecto. Además, estudiar este conjunto joviano, detalla, posibilitará la obtención de información para aplicarla después al análisis de los procesos de formación del Sistema Solar y de los exoplanetas, que son también gaseosos y cuentan con satélites similares.
Misión Juice a Júpiter.
No obstante, antes de llegar a su destino y comenzar a recopilar información, Juice deberá acometer una travesía de más de ocho años en la que sobrevolará distintos planetas del Sistema Solar. Para llegar tan lejos, a 778 millones de kilómetros de su estrella, el satélite de la ESA debe retroceder primero. Las restricciones de combustible han llevado a la agencia a diseñar una particular trayectoria que obligará a la nave a viajar inicialmente a Venus para coger impulso, pasar después por la Tierra y la Luna hasta llegar finalmente a Júpiter, donde comenzará a orbitar en torno a Ganímedes.
Talento español
Para cumplir con su cometido, Juice transportará diez instrumentos de última generación que le permitirán estudiar, a lo largo de tres años, la turbulenta atmósfera y la magnetosfera del planeta. También escrutará la superficie de Europa, donde buscará moléculas orgánicas, para centrarse finalmente en Ganímedes, un satélite mayor que Mercurio y el único del Sistema Solar con un campo magnético propio. Al diseño y la elaboración de las herramientas necesarias para esta ambiciosa empresa, ha contribuido también el talento español.
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El IAA-CSIC ha participado en la construcción de dos instrumentos, creados junto con la empresa española Sener. El primero de estos elementos es la electrónica de la fuente de alimentación de un altímetro láser llamado Gala, encargado de lanzar pulsos y recuperarlos para conocer «la distancia con una precisión extrema». «Se utiliza para cartografiar la superficie de los cuerpos. Podemos medir posibles deformaciones y obtener información de la estructura interna», señala Gutiérrez.
Además, son los responsables de una rueda de filtros y de parte de la electrónica de control de la cámara Janus, que constituye los «ojos de la misión». «La información obtenida con ella se utiliza con los datos del altímetro y es más versátil porque, al proporcionar imágenes, da contexto y también facilita información directa de la composición de estos cuerpos», subraya.
Más allá de estos elementos, Sener ha contribuido a la misión con la antena de media ganancia, orientable y de doble banda. «Una se usa para transmitir todos los telecomandos y la otra puede utilizarse para enviar los datos de los instrumentos y las medidas realizadas en las lunas heladas», señala Iñaki Pinto, director de la División de sistemas electromecánicos de la compañía.
También son los artífices del mástil del magnetómetro, una pértiga de más de diez metros que va plegada en el primer segmento de la misión, durante el lanzamiento, para extenderse después. «Sirve para caracterizar la magnetosfera y las moléculas que hay en la atmósfera de las lunas heladas. Tiene estas dimensiones porque necesitamos alejar lo máximo posible los instrumentos de medida del satélite y evitar las interferencias magnéticas de la nave. Es uno de los instrumentos más largos que ha puesto en órbita la ESA», añade.
Campo magnético
La importancia de evitar estas interferencias la conoce bien Marina Díaz Michelena, jefa de Área de magnetismo espacial del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA), organismo que también ha colaborado en Juice. Su departamento se ha encargado de realizar los cálculos para minimizar el campo magnético generado por la nave, de modo que sus instrumentos puedan medir el de Júpiter. Para lograrlo, elaboraron un modelo para diseñar la unidad de potencia y lo sometieron a distintas pruebas a unas temperaturas de entre -50 y 50 grados. Una vez construido ese componente del satélite, lo trasladaron a las instalaciones de su centro de trabajo y ratificaron que las estimaciones eran correctas.
La caracterización del campo magnético en un planeta es fundamental, subraya Díaz Michelena, ya que hace posible «entender cómo es su interior». De hecho, la composición interna de la Tierra y Júpiter es muy distinta, con un núcleo externo de hierro en el primer caso y de hidrógeno líquido a muy alta presión en el segundo. «La existencia de campos magnéticos es muy importante, porque la radiación cósmica, que procede del viento solar fundamentalmente, es muy nociva para la vida, y estos tienen un papel apantallador», recalca.
Retos «significativos»
Para diseñar y construir todos los componentes del satélite de la ESA, los investigadores han afrontado retos «significativos», debido a las difíciles condiciones en torno a Júpiter, apunta Santa Martínez, ingeniera de sistemas de operaciones científicas de Juice. «Tanto la radiación alrededor del planeta como la lejanía al Sol, que provoca temperaturas de hasta -240 grados, así como su paso por Venus, han obligado a proteger muy bien la nave«, agrega. Esta distancia a la estrella ha complicado, asimismo, la creación de unos paneles solares que proporcionen la energía suficiente al aparato.
También el diseño de la trayectoria, remarca, ha supuesto un desafío, puesto que ha requerido de «muchos sobrevuelos» y de «maniobras muy precisas» para que Juice alcance su destino. Sin embargo, salvar todos estos escollos ayudará al desarrollo de ciencias como la oceanografía y contribuirá al desarrollo de tecnología en otros ámbitos, además de facilitar información sobre el Sistema Solar en particular y el universo en general. En esencia, solventar estas trabas tiene premio: «Conocernos mejor a nosotros mismos».
Se ha confirmado que las alineaciones intrínsecas de las galaxias tienen características que les permiten ser una poderosa sonda de materia oscura y energía oscura a escala cosmológica.
Al recopilar evidencia de que la distribución de galaxias a más de decenas de millones de años luz de distancia está sujeta a los efectos gravitatorios de la materia oscura, un equipo internacional con participación de la Universidad de Kioto logró probar la teoría general de la gravedad a escalas espaciales amplias. Analizó las posiciones y orientaciones de las galaxias, adquiridas a partir de datos archivados de 1,2 millones de observaciones de galaxias.
Con la ayuda de la información de posición en 3D disponible de cada galaxia, el análisis estadístico resultante caracterizó cuantitativamente el grado en que se alinea la orientación de las galaxias distantes. El trabajo se publica en The Astrophysical Journal Letters.
«Estas alineaciones, que se producen principalmente por interacciones con objetos cercanos, se han considerado como un ruido sistemático en la medición del efecto de lente débil», afirma el autor principal Atsushi Taruya del Instituto Yukawa de Física Teórica de la Universidad de Kioto.
«También hemos medido con éxito la velocidad a la que la distribución de galaxias se vuelve gradualmente más densa debido a la gravedad, lo que es consistente con la teoría general de la relatividad», dice Teppei Okumura del Instituto de Astronomía y Astrofísica de la Academia Sinica.
«Nuestra investigación verificó la relatividad general en el universo distante, pero la naturaleza de la energía oscura o el origen de la aceleración cósmica sigue sin resolverse», agrega Okumura.
Los datos archivados, obtenidos de Sloan Digital Sky Survey y Baryon Oscillation Spectroscopic Survey, consisten en tres muestras de galaxias seleccionadas por su brillo y distancia. Además, las posiciones 3D y la información de forma de cada galaxia ayudaron a medir la magnitud de la alineación en relación con las galaxias distantes.
Los resultados del modelo del equipo corroboraron los cálculos teóricos y dieron a Taruya y Okumura una fuerte evidencia de que las orientaciones de estas galaxias están relacionadas entre sí, lo que demuestra un caso más sólido para la relatividad general en una escala cosmológica.
«Los esfuerzos actuales, como el proyecto del Telescopio Subaru, proporcionarán datos de observación de alta precisión y calidad extremadamente alta. Estos encabezarán la investigación cosmológica innovadora utilizando las alineaciones intrínsecas para arrojar luz sobre la naturaleza de la energía oscura», señala Taruya.
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Las megaconstelaciones construidas por SpaceX, Amazon y otras empresas podrían transportar miles de sensores que ayudarían a investigar los rayos gamma y la meteorología espacial
Cada noche, las estrellas del cielo compiten con miles de satélites. El número de intrusos no hace sino crecer a medida que proliferan las constelaciones de satélites, con empresas que planean lanzar orbitadores por decenas de miles para transmitir Internet y otras señales de comunicaciones de vuelta a la Tierra. Entre ellas se encuentran SpaceX, que ya ha lanzado miles de satélites Starlink, y Amazon, que tiene previsto poner en marcha su constelación del Proyecto Kuiper a finales de este año.
Para los astrónomos que estudian el universo desde la superficie de nuestro mundo, se trata de un problema creciente.
«Es un tema candente», afirma Eric Burns, astrónomo de la Universidad Estatal de Luisiana. «Nos enfrentamos a un número de satélites tan grande que está limitando la sensibilidad de los telescopios terrestres».
Muchos astrónomos han criticado duramente los efectos actuales y futuros de las constelaciones de satélites en sus estudios. Pero el Dr. Burns y otros científicos están pensando en hacer limonada cósmica a partir de limones orbitales. ¿Y si todos esos satélites que interfieren pudieran ayudar a avanzar en el campo de la astronomía al ampliar el acceso desde tierra a las señales de los satélites?
Lo que estos astrónomos ven es el potencial de un nuevo tipo de telescopio que podrían proporcionar las megaconstelaciones. En una próxima propuesta que el Dr. Burns y sus colegas pretenden compartir con empresas privadas que construyen constelaciones de satélites, esperan que miles de diminutos detectores de rayos gamma puedan viajar al espacio con los satélites. Por separado, cada detector sería débil. Pero funcionando en conjunto dentro de una megaconstelación de varios miles de satélites, la potencia de un sistema de este tipo rivalizaría con Swift y Fermi, dos observatorios de rayos gamma en el espacio gestionados por la NASA.
El impacto sería significativo. Los estallidos de rayos gamma son el sello distintivo de los acontecimientos más catastróficos del universo desde el Big Bang. Profundizar en la investigación de estos fenómenos podría ayudar a responder a las preguntas más importantes de la actualidad, como qué constituye el núcleo de las estrellas de neutrones o cómo el comportamiento de la energía oscura podría revelar la forma del universo.
«Se trata de las preguntas más importantes que pueden plantearse en astronomía», afirma el Dr. Burns. «Podremos tratar los miles de detectores de rayos gamma como un único telescopio coherente extremadamente potente que observa todo el universo, lo que sería más sensible que todo lo que se ha hecho hasta ahora».
La idea no carece de precedentes. En 2011, Iridium Communications colaboró con científicos para transportar instrumentos de investigación al espacio. Alrededor de 30 satélites Iridium -que normalmente transmiten comunicaciones de voz y datos a la Tierra- también albergan dosímetros que miden la radiación en órbita terrestre baja en el marco del programa REACH, una colaboración entre la Fuerza Aérea de Estados Unidos y científicos.
Además, los más de 60 satélites de Iridium llevan magnetómetros para el programa AMPERE, dirigido por el Laboratorio de Física Aplicada Johns Hopkins, que estudia cómo la energía entra en la ionosfera de la Tierra desde su magnetosfera.
Alexa Halford, jefa asociada de laboratorio del Centro Goddard de Vuelos Espaciales de la NASA, afirma que las lecturas de Iridium son una importante fuente de datos sobre radiación. Su trabajo descubre la conexión entre la magnetosfera de la Tierra y su atmósfera y cómo ambas trabajan juntas para proteger el suelo de las lluvias de radiación intensa procedentes del espacio.
La Dra. Halford afirma que es necesario estudiar más a fondo la forma en que las megaconstelaciones de satélites interfieren con los telescopios situados en la superficie terrestre.
«La astronomía terrestre es increíblemente importante y debemos ser responsables», afirmó.
Por otra parte, ve un gran potencial en la instalación de instrumentos científicos en más satélites.
SpaceX ya comparte algunos datos con científicos en un acuerdo que podría beneficiar a ambas partes.
Tzu-Wei Fang, científico de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica especializado en la predicción de la meteorología espacial, empezó a colaborar con SpaceX tras un desastroso lanzamiento en febrero de 2022. SpaceX vio cómo 38 de sus 49 satélites Starlink recién desplegados ardían en llamas.
La autopsia del Dr. Fang documentó cómo una tormenta geomagnética menor había elevado la densidad del aire en las altitudes donde se producen las órbitas terrestres bajas. En lugar de entrar en órbita, los satélites Starlink chocaron contra aire denso y caliente y se rompieron.
«Nadie puede hacer muy bien el arrastre en órbita terrestre baja ahora mismo porque no tenemos los satélites adecuados», dijo.
Tras el incidente, SpaceX accedió a compartir los datos de posicionamiento y velocidad de sus aproximadamente 4.000 satélites Starlink durante un año, lo que dio a la Dra. Fang y a sus colegas la oportunidad de estudiar el tipo de arrastre orbital que había destruido los satélites. Esto podría mejorar las predicciones meteorológicas espaciales y dar a los satélites más tiempo para reaccionar ante un aumento de la densidad del aire elevándose a una altitud orbital más segura, «lo que en última instancia beneficiará a todos», afirma la Dra. Fang.
La obtención de datos científicamente útiles a partir de constelaciones de satélites presenta obstáculos técnicos. Los satélites en órbita terrestre baja se mueven muy rápido, completando un circuito orbital entero en unos 90 minutos. Por eso no es fácil combinar los datos de una constelación de muchos satélites.
Y para que los equipos científicos puedan viajar en órbita, existen limitaciones estrictas. Los satélites de comunicaciones en órbita terrestre baja, como el Starlink de SpaceX, tienen una vida corta, de unos cinco años, por lo que los detectores tendrían que ser baratos. En cambio, el telescopio espacial Hubble costó unos 16.000 millones de dólares actuales, pero se espera que dure unos 40 años.
Las incorporaciones no podían hacerse en el último momento. Los ingenieros de satélites tendrían que modificar sus diseños para dar cabida a las nuevas cargas útiles con mejoras como mayores fuentes de energía y enlaces de datos.
Ninguna de las empresas que están construyendo enormes constelaciones de satélites ha dicho que esté dispuesta a instalar detectores de rayos gamma u otros sensores nuevos que pudieran ayudar a los científicos. Cuando se le pidió que comentara la idea, SpaceX declinó responder, y OneWeb, que recientemente completó otra constelación más pequeña, nunca respondió. Project Kuiper, la constelación del minorista en línea Amazon que podría lanzar sus primeros satélites a finales de este año, dijo que había invitado al Dr. Burns a presentar su propuesta.
El Dr. Halford sugirió que aumentar el número de asociaciones con los operadores de la constelación era una forma de beneficiar a todos sin saturar aún más el cielo. «No es una gran respuesta, pero creo que es la mejor que tenemos», afirmó.
Hasta ahora, la carga de negociar individualmente con empresas indecisas como SpaceX ha frustrado a los astrónomos. El Dr. Burns cree que podría haber llegado el momento de que la supervisión gubernamental garantice un daño mínimo a la ciencia por parte de las megaconstelaciones.
Con una mayor participación, el Dr. Burns espera que los científicos y los fabricantes de satélites puedan aprender a trabajar juntos. «Creo que la idea de instalar instrumentos científicos en las propias megaconstelaciones beneficiaría a ambas partes», afirma. «Si están abiertos a ello, será una solución aún mayor»
Ha sido uno de los eventos cósmicos más brillantes jamás captados.
Científicos revelaron cómo los instrumentos de la NASA estadounidense detectaron la explosión de rayos gamma más brillante de la que se tenga registro.
El estallido GRB (por sus siglas en inglés) ocurrió a 2.000 millones de años luz de la Tierra e iluminó gran parte de nuestra galaxia.
Las imágenes del raro y poderoso fenómeno cósmico muestran un halo y formas similares a una «diana» de tiro al blanco.
Los expertos, incluidos académicos de la Universidad de Leicester, en Reino Unido, dicen que el GRB fue 10 veces más brillante que cualquier otro detectado anteriormente.
Publicaron un análisis detallado de la poderosa explosión que se detectó el 9 de octubre de 2022.
Se le denominó oficialmente GRB 221009A, pero los que trabajan en el equipo Swift de la NASA lo han apodado BOAT (unas iniciales en inglés que se traducen como «el más brillante de todos los tiempos»).
«Tuvimos mucha suerte de ver algo como esto. Estimamos que eventos tan brillantes ocurren aproximadamente una vez cada 1.000 años«, destacó Phil Evans , un astrónomo especializado en rayos X que participó en el trabajo.
«Al estudiar la evolución de este asombrosamente brillante GRB con gran detalle, podemos conocer mucho sobre la física de una onda expansiva», continuó.
«Así como las imágenes en cámara lenta revelan detalles sobre movimientos, el dividir nuestros datos en pequeños fragmentos nos permite ver cómo cambia el GRB y saber más de ellos».
El equipo Swift dijo que su Observatorio Neil Gehrels Swift, un telescopio satelital diseñado para estudiar los GRB desde el espacio, inicialmente no pudo observar el estallido porque la Tierra estaba obstruyendo su vista.
Sin embargo, 55 minutos después, cuando la órbita del satélite le permitió tener una visión clara del GRB, sus sistemas lo detectaron con éxito y captaron imágenes del mismo.
Jamás se había visto en forma tan nítida a los anillos de este gigante de hielo de nuestro Sistema Solar.
La NASA dio a conocer esta nueva imagen de Urano, el séptimo planeta desde el Sol, captada por el Telescopio Espacial James Webb.
Cuando la nave espacial Voyager 2 sobrevoló Urano en 1986 su cámara mostró una bola azul verdosa casi sin rasgos distintivos.
Pero las longitudes de onda infrarrojas y la sensibilidad del Webb revelan, en cambio, anillos espectaculares y datos de la atmósfera del planeta, informa la agencia espacial estadounidense.
Urano tiene características únicas en el Sistema Solar. Es el único planeta que rota de lado, en un ángulo de aproximadamente 90 grados desde el plano de su órbita.
Esto provoca temporadas extremas ya que los polos del planeta experimentan años de luz solar constante seguidos de un número igual de años de oscuridad total.
El día en Urano dura 17 horas y 14 minutos (el tiempo que tarda en girar sobre sí mismo). Pero un año, el tiempo que tarda en completar su órbita alrededor del Sol, equivale a 84 años terrestres (30.687 días en nuestro planeta).
Urano tiene 13 anillos conocidos y 11 de ellos son visibles en esta imagen de Webb. Algunos de los anillos se ven tan brillantes que parecen ser un solo anillo más grande.
La imagen también revela algunas de las 27 lunas conocidas de Urano, aunque la mayoría son demasiado pequeñas para verse aquí.
Gigante de hielo
Urano está compuesto en su mayor parte por hielo fluido sobre un núcleo sólido.
A Neptuno y Urano se les llama gigantes helados porque, aunque también son planetas gaseosos como Júpiter y Saturno, están compuestos en su mayoría por agua, metano y amoníaco congelados.
El planeta muestra un tono azul en la imagen divulgada de color representativa, creada mediante la combinación de datos de dos filtros.
En la imagen puede verse en el lado derecho del planeta un área que brilla en el polo que mira hacia el Sol, conocida como casquete polar.
El mecanismo por el que este casquete parece surgir cuando el polo entra directamente en la luz solar en el verano y desaparecer en el otoño sigue siendo un misterio.
En el borde del casquete polar se encuentra una nube brillante, y hay una segunda nube brillante en el extremo izquierdo del planeta. Ambas nubes probablemente estén relacionadas con tormentas.
La imagen es el resultado de una exposición de solo 12 minutos de Urano con dos filtros. Es apenas la punta del iceberg de lo que el telescopio James Webb puede llegar a revelar sobre el planeta, según la NASA.